jueves, 19 de diciembre de 2013

Fragmentación rutinaria.

Estoy congestionado emocionalmente. No es una sensación que me llene de frustración, sino que es más bien incómoda. Me despierto a esa hora concreta en el mismo lugar en el cual me había acostado y, sin embargo, me pregunto cómo he acabado ahí. Me ducho. Las duchas son cada vez más automáticas, ni largas ni cortas, pero extrañas. Son una mezcla de no querer pensar y verse obligado a pensar en algo concreto. Y no puedo. Me visto sin empeño. Los segundos que paso parado divagando, buscando alternativas a mi realidad, siguen acumulándose. Pronto perderé minutos, horas y días. Quiero avanzar. Ahora hace frío, pero algo me impulsa a salir de aquí sin importar las condiciones. Prácticamente son mis manos y mis pies los que me traicionan. Soy un autómata sin nombre. La convivencia es cada vez más simple: asentir y sonreír o viceversa. No existen palabras para expresar lo que quiero expresar. No existen medios para hacer que mi boca se mueva cuando debe, aunque eso es irrelevante si no encuentro el momento oportuno. Estoy desperdiciando el tiempo de una vida en espera. 
 
En realidad todas estas palabras tienen una conclusión simple: soy incapaz de coger aquello que quiero. Tengo miedo del fracaso. A medida que me acerco, mi seguridad disminuye. No existe el momento oportuno, el punto de mayor certeza, el "ahora o nunca". Sólo puedo tensar la cuerda hasta que finalmente estalle y no sólo desaparezca el premio, sino que también recibiré mi merecido castigo.

Siendo honestos, deseo tanto ese premio...

No hay comentarios:

Publicar un comentario