martes, 30 de septiembre de 2014

Mal tiempo.

Odio el presente. Es lento, y lo dedico casi en su totalidad a rememorar vivencias y crear expectativas. Me gustaría poder acelerarlo todo y llegar a algún momento futuro, borrar las partes irrelevantes de la trama de mi vida y quedarme sólo con lo, al menos, decente. Me gusta el pasado, en él está lo bueno; aunque también lo malo, pero es fácil no pensar en ello a veces. Sin embargo, en el presente no hay nada, sólo frustración, la necesidad de dar golpes al aire a sabiendas de que no daría fruto alguno. Quizá sea sólo este presente en concreto lo que odio, quizá por todo lo nuevo que huele a viejo. Todo lo que parece haber ocurrido antes acecha y yo lo intuyo.

Pensé que eran cosas de la edad, que no tendría que volverme a ver rodeado de gente que simplemente ve a través de mí, cuya existencia yo percibo sin reciprocidad alguna. Me siento solo otra vez. Muy solo. Y me planteo las preguntas viejas. No sé si merece la pena seguir aquí, parece todo inevitablemente irrelevante. Las normas del juego no están establecidas y varían al antojo de alguien o algo o no sé qué. Pero no es un juego, no es tan simple abandonar. Y desearía hacerlo, y eso lo hace todo mucho peor. Ese deseo de abandonar se suma a la constante presencia de todos los inconvenientes del abandono, con todo lo triste de vivir siempre a mi lado, no dejándome distraerme, ni dormir, ni vivir. A veces anhelo mucho estas tres cosas. Distraerme y dormir para llegar al futuro antes o al menos simular la inexistencia; vivir, porque de eso se trata. Pero estoy aquí, despierto, completamente consciente de mi situación, del rechazo que sienten los demás hacia mí y que me acabo creyendo yo mismo. Me rechazo. No me gusto. Ellos no me gustan. Soy incompatible conmigo mismo, soy dual. Mi lucha interna viene ya de hace años y supongo que simplemente esta noche se ha intensificado un poco y se ha convertido en una batalla extraordinaria. Desgraciadamente, estas batallas son como la Historia misma; las armas son cada vez más destructivas. Yo me hago más daño a pesar de tener la capacidad para buscar la paz. Pero no es mi elección, es parte de mi determinismo. Respondo a estímulos. Lo más duro es en realidad ser un mero espectador de mi propia aniquilación. Quiero estar tranquilo. El espectador que soy quiere una oportunidad de escapar, y se escapa con cada distracción. Ahora no puede distraerse. No puedo. La lucha es tan intensa que me mantiene despierto.

No quiero morir. Me da mucho miedo. Sin embargo, hay días en que parece que simplemente me diluyo en la objetividad y desaparecen los sentimientos... Y parece que lo tengo claro. Lo mejor simplemente sería no haber existido nunca.