lunes, 16 de junio de 2014

Nombres impropios.

El cansancio dura mientras el amor perece y el ruido en mi memoria es cada vez mayor, seré sólo una elegía que se desvanezca en la nada. Sólo son palabras sin razón de ser y es extraño ver cómo se me clavan una a una. Pues en el fondo, siento; y en el fondo, lo siento. Lo siento por no dedicar suficiente tiempo a quien lo merece. Infortunadamente, bajo un techo y cuatro paredes, soy un hombre simple que se desnuda también y a veces siente frío. La desgracia es mía cuando no puedo justificar mis actuaciones, y es así ahora. No soy perfecto, soy todo lo contrario. Soy extraño. Soy tan extraño que me dejo persuadir por alguien tan extraño como yo, . Todo es un gran engaño donde la curiosidad nos atrae y la prudencia nos repele, aunque ahora estoy perdido. No hay nada. Sólo cosas abstractas, la dureza con la que uno tiene que abandonar sin abandonarse. Debo dejar de lado cosas pequeñitas que hace poco formaban parte de mí. Debo olvidar un instantáneo pasado y un futuro imperfecto, pero terriblemente deseado.

He cometido un error, he levantado la bola de arena. 

domingo, 1 de junio de 2014

Escueto.

 Las condiciones no han sido favorables. A pesar de todo, siento la necesidad de existir, incluso sintiendo simultáneamente verdadera vergüenza de hablar desde la triste comodidad burguesa. Me cuesta reconocer que estoy cambiando. Estoy desarrollando más y más el orgullo, el ego y el derecho. Me estoy convirtiendo en una persona normal cuya escala de valores se pierde en la mediocridad. Como espero que alguien entienda, me siento bien y mal. Una vez más tiene lugar una pequeña escisión dentro de mí; el hombre y la máquina. Rindo culto a una especie de sustancia superior, difícil de determinar, o quizá rinda culto a la necesidad de determinar su existencia y su forma. Mi cuerpo es un todo sensitivo, una amalgama de emociones que tiende a la satisfacción. Mi razón se siente tan poco dueña de él que incluso soy incapaz de reconocer tales sentimientos como algo mío. La verdad es que si tratase de determinar el yo, haría tal división que no quedaría nada. No soy lo universal, no soy mis principios, eso está fuera de mí. Ni siquiera creo en la posibilidad de conocer cuáles son los óptimos. Cada intento de cumplirlos es un palo de ciego con el miedo al paso en falso siempre en mente. Y desde luego, no soy mis sentimientos. Todos ellos proceden del exterior y pasan por un filtro que es mi cuerpo, mis sentidos, son procesados en un cerebro cuya percepción de las cosas es fruto de una vida concreta. Y no queda nada. Queda la creencia de que hay una especie de fuerza dentro de mí que me hace ser yo y no otro. No puedo decir que crea en ella firmemente. No recuerdo cuándo comenzó y eso es el primer motivo por el que desconfío. Supongo que tal incertidumbre es la que me está llevando a dar rienda suelta a mis palabras, ordenándolas para conseguir fines mundanos. Parece que la máquina en mí gana y utiliza al hombre. Y todo llevado a cabo sin un propósito ulterior, como si fuera irrelevante el momento en que todo acabe. Supongo que por eso está creciendo el miedo a que todo se esfume en un instante como crece la impasibilidad. Así el diálogo se perpetúa.