lunes, 11 de agosto de 2014

Noches enrarecidas.

Bienvenido al presente, yo. Quiero escribir porque quiero describir. Quiero expresar. Estoy buscando la soledad del hombre inspirado o la inspiración del hombre solitario, aquí, lejos de casa. No la echo de menos, de todos modos. Mi cabeza se relaja fácilmente aquí, se va durante el día y vuelve por la noche. Vuelve porque sabe que estaré inevitablemente solo. Y ahí estoy yo entonces, perdido en un gran espacio. Perdido entre recuerdos difusos. Difuso entre recuerdos perdidos. Sólo soy un niño ahí, incapaz de controlar mi cuerpo, necesitando volver a los proyectos inacabados porque ahí mi poder es ilimitado. Ahí la encontré. Alguien. Ella. Un conjunto de ellas, de quienes no supieron lo que dentro de mí acontecía. Tú. Estas noches saben largas, quizá por esa incapacidad mía para controlar el tiempo. Esa incapacidad para volver a donde todo era decente, incluso a veces bueno. Donde yo quería creer que la inocencia que te rodeaba era real, no fruto de mi cabeza, y donde me lo creí fielmente y así bajé la guardia. Tú me agarraste, haciéndome pensar que era yo quien tenía el control. Es inevitable llenarme de fuego, del fuego malo, el que mata, cada vez que pienso en todo aquello. Sin embargo, te perdonaría mil y una veces.

Desgraciadamente, nunca nos entendimos. Me daba igual. Pensaba por eso mismo que el sentimiento era puro, que tú y yo éramos dos seres aleatorios de este universo cuya trama era irrelevante y que por eso mismo nuestro juego era sincero. Buscaba en ti el motivo en torno al cual giraría mi vida. Pensaba que no era mi cabeza la que me estaba engañando haciéndome creer que eras perfecta. Supe desde el principio que no lo eras, y por eso creí que podría controlarlo todo. Siempre me escondería tras la excusa de que el fin llegaría tarde o temprano, pero que llegaría cuando tuviera que llegar, y sería saludable para cuerpo y alma porque ambos estaríamos preparados. No obstante, la sinceridad era virtual. No quise verlo. No quise ver que nuestro juego estaba lleno de mentiras y que la cuerda se tensaba poco a poco. Yo no estaba preparado cuando estalló. Era vulnerable. Serlo, supongo, era el único medio para poder sentir, y la situación lo requería. Ya no sé ni de quién es la culpa. Para cualquier otro, entiendo que está claro; te saltaste las normas. No supiste ser quien decías ser. No sabes nada. Rechazaste la oportunidad de ser alguien y me llevaste por delante. Y yo, tan idiota, te habría perdonado mil y una veces.