sábado, 8 de junio de 2013

Huye.

Cállate, sonríe y asiente. No es un consejo, es lo que me pedís todos a diario y yo acato. Estoy bastante triste y sin embargo estoy normal. Me cuesta convivir con gente que se engaña a sí misma para sobrevivir, o eso creo. Me gustaría saber cuántos de mis supuestos amigos o meramente conocidos hoy en día sobrevivirían a un desengaño vital. La supervivencia es cuestión de fortaleza moral, un valor que en cada generación está menos presente. 

No puedo intentar analizar lo que me diferencia sin caer en alardeos y aires de superioridad, así que por el momento, me centraré en los demás. Lo cierto es que a estas alturas, me veo obligado a pensar que la gente odia la verdad. Odia la verdad y yo no puedo evitar odiar su hipocresía cuando dicen que la poseen. Me gusta pensar que el único principio que rige mi vida es el esfuerzo por hacer algo real y por sacar partido a las oportunidades, suficiente como para no poder quejarme después. Es por eso que no puedo evitar odiar la hipocresía. El hombre que trata de conseguir algo con todo su empeño y aún así no lo consigue tiene derecho a quejarse, y sé que en muchas ocasiones no lo hará porque verá que no es culpa de nadie. Pero ese modelo de hombre esta al borde de la extinción. Hoy en día tenemos muchas posibilidades al alcance de nuestra actitud, pero nuestra actitud está exenta de alcance por motivos que muchos desconocen. Para mí el único motivo es el odio a la verdad. 

Toparse con la verdad es una virtud, lo cierto. A pesar de que yo crea poseer la verdad, no puedo evitar pensar que quizá no lo haga. Quizá yo también me engañe y sea tan vulgar como cualquier otro.