jueves, 9 de enero de 2014

Violencia íntima.

Supongo que sí. Soy un poco como la mierda, la escoria, las sobras. No sé cómo he podido olvidarlo. Me gustaría saber de dónde derivan los problemas. Aunque es probable que yo sea el culpable de mi propia desgracia, a veces las adversidades son excesivamente inoportunas. 

He vuelto. He quedado reducido a escombros como al principio. Sé que a veces me distraigo y si me pillan, quedo como un completo idiota. Llego a sentirme ridículo, insignificante y poco relevante. Hasta que no me han zarandeado no he sido capaz de descubrir que lo que estaba mirando no era una ventana, sino un cuadro. He perdido la orientación a la realidad. Un evidente miedo me domina: descubrir de nuevo lo que había olvidado; que si es bello, rara vez es real. He construido poco a poco una bola de arena compacta dentro de mí. La he cuidado, he dejado que creciera, y después la he levantado sólo un momento para apreciarla. Ni siquiera la tenía a la altura de mis ojos cuando se desintegró en mis propias manos. En un instante, el fruto del esfuerzo desapareció. El tiempo invertido se convirtió en tiempo perdido.

[...]

Supongo que es un alivio descubrir que aquello a lo que buscabas el sentido carece de tal. Quizá haya de sentirme aliviado también. Un pequeño intervalo de tiempo se pliega en el curso de mi vida sin más. Quiero olvidar, incluso desaparecer un momento, evitar las consecuencias. Soy inamovible, sin embargo. Me zarandeo, llego a preocuparme si veo el momento de caer, pero el momento no llega. Mi inmutabilidad es dual, remedio y detonante, lo que dota de precariedad mis acciones, precariedad que me impide acabar lo que empiezo. Vivo a medias. Es inevitable mi destino y es inevitable ser quien soy. Soy el único fruto que da una vida de silencio, miradas y huidas. 

[...]

Al final comprendí el objeto de la lírica. No es más que mostrarse a la vez que esconderse.